Cuenta «El Serrano» Abella, que el maestro Lena estaba sentado en su escritorio, frente a una hoja de papel escrita a lápiz… aquella hoja, poco antes desnudita y silenciosa, dejaba ver ahora un puñado de bailarinas letritas negras que -en armoniosa coreografía- daban forma a los versos, que estaban destinados a convertirse despues, en una nueva y emblemática canción…«está ensillado mi caballo, las espuelas me calcé y con la noche en la cara, sin despedirme monté»…
Años despues, un paisano me preguntaría, con cierto aire de asombro e incredulidad, al oírme cantar esa canción… «¿y a donde iba ese hombre, con el caballo ensillado y la noche en la cara? desentrañando así, con esa pregunta y casi sin querer, el enigma poético que encierra ese primer verso, una imagen que trasciende la literalidad exacta de la palabra… «que la noche sea muy negra, no es dificultad mayor; llevando firme la rienda y al tino, por rumbeador… si me pierdo ¡mala suerte! ¡la noche tendrá razón!»… el maestro Ruben Lena acababa de «dar a luz» a «Del templao», una canción que refleja -como pocas- esa búsqueda afanosa del creador… ese debate silencioso del autor por trascender al olvido, a la muerte, a la nada… sin ese momento mágico del autor, no hay creación…y sin creación ya no es posible ni el productor, ni el cantor, ni el sonidista, ni el iluminador, ni nada… sin autores, no hay materia prima…
El maestro Ruben Lena, compuso el más formidable y representativo himno popular a José Artigas –«A Don José»– el maestro que no era cantor, no cantaba en recitales ni subía a los escenarios… nos hizo cantar a todos…y nos hizo cantar a muchos de nosotros, «artistas» que sí subimos a los escenarios… el maestro Lena nos permitió con sus canciones vivir de nuestro trabajo, del oficio de «cantor»…
Yo no conocía Treinta y Tres… pero a través de sus canciones o las del salteño Victor Lima -que tampoco cantaba profesionalmente- fui empezando a conocer mejor su tierra, que es también la mía… su paisaje, sus entrañables personajes, sus circunstancias y vicisitudes… cuando lo visité por primera vez en su casa, en el Olimar, me volví con una canción… «Olero»… con un orgullo que no me cabia en el pecho le mostré aquel papelito a Eduardo… «¡mira lo que nos dio el maestro!»…
En las voces de «Los Olimareños» primero y de muchos otros artistas despues, aquellas canciones junto a otras, de otros autores y otros parajes, se han paseado y se pasean por el mundo, mostrándole a otros pueblos, cómo somos, cómo vivimos… de qué sueños e infortunios estamos hechos… cuáles son -en definitiva- nuestras particulares señas culturales…
Washington Benavidez nos acercó «Cuando cante el gallo azul»… «fue por Cañas que encontré, en un rancho entre las sierras, la moza tierna, que canto yo…» la grabamos en nuestro primer disco… y hace ya 45 años que abre o cierra nuestros recitales… esa creación del «Bocha» Benavidez cuenta -con los cambios tecnológicos de hoy- con millones y millones de «vistas»…
Benavidez, al igual que Lena o Lima, tampoco era cantor profesional; los tres eran/fueron «paridores» de textos y canciones… el primer libro de Benavidez, publicado con artesanal esfuerzo, fue quemado en una pira en la plaza pública de Tacuarembó, porque el fascismo le teme a la cultura más que a cualquier otra cosa en el universo…
Esos textos, impresos o cantados, versionados una y mil veces, representan nuestra credencial de identidad… nuestro patrimonio cultural… nos formamos en esa escuela… aprendimos a conocernos, a interpretar mejor la magia y el propósito de estar vivos, con esas canciones… son nuestra memoria colectiva… lo que nos permite seguir siendo, en un mundo cada vez más globalizado y uniforme…
El intérprete, percibe un cachet, un sueldo por su trabajo… pero de no ser por la existencia del Derecho de Autor, el creador de las canciones -si no es a la vez también su intérprete-no habrá de recibir beneficio alguno por su labor.
En un mundo donde la propiedad privada es sagrada e inviolable… en un mundo y un sistema en el que hasta se puede llegar a disparar un arma -amparado por la ley- sobre todo aquel que entendemos que viola los límites de lo que consideramos propio; hay quienes insisten todavía en poner en cuestión la legalidad y la existencia misma de la propiedad intelectual… quienes pretenden desconocer la creación individual o colectiva… quienes confunden, la mayoría de las veces «maliciosamente» el «Derecho de Autor» con un «Impuesto»… individuos que por desconocimiento o mezquino interés, ponen en tela de juicio la titularidad del autor sobre su obra… corporaciones que no quieren «pagar» el trabajo creativo…
Lo digo como autor y como interprete… como un trabajador que reivindica el derecho a vivir de lo que hace, como cualquier trabajador… lo digo combatiendo la lógica que entiende razonable que se pueda ser propietario de un apartamento o una estancia y no de una creación artística… lo digo entendiendo la defensa del Derecho de Autor como un Derecho Humano… lo digo como autor e intérprete… en representación de AGADU, la entidad de gestión colectiva que administra los derechos de los autores, de los que cantan y los que no… entidad que se rige por estatutos, elecciones y convenios internacionales- que defiende los legítimos derechos de todos los autores que crean, trabajan y aportan, en este país.
Yo no conocía Treinta y Tres… pero a través de sus canciones o las del salteño Victor Lima -que tampoco cantaba profesionalmente- fui empezando a conocer mejor su tierra, que es también la mía… su paisaje, sus entrañables personajes, sus circunstancias y vicisitudes… cuando lo visité por primera vez en su casa, en el Olimar, me volví con una canción… «Olero»… con un orgullo que no me cabia en el pecho le mostré aquel papelito a Eduardo… «¡mira lo que nos dio el maestro!»…
En las voces de «Los Olimareños» primero y de muchos otros artistas despues, aquellas canciones junto a otras, de otros autores y otros parajes, se han paseado y se pasean por el mundo, mostrándole a otros pueblos, cómo somos, cómo vivimos… de qué sueños e infortunios estamos hechos… cuáles son -en definitiva- nuestras particulares señas culturales…
Washington Benavidez nos acercó «Cuando cante el gallo azul»… «fue por Cañas que encontré, en un rancho entre las sierras, la moza tierna, que canto yo…» la grabamos en nuestro primer disco… y hace ya 45 años que abre o cierra nuestros recitales… esa creación del «Bocha» Benavidez cuenta -con los cambios tecnológicos de hoy- con millones y millones de «vistas»…
Benavidez, al igual que Lena o Lima, tampoco era cantor profesional; los tres eran/fueron «paridores» de textos y canciones… el primer libro de Benavidez, publicado con artesanal esfuerzo, fue quemado en una pira en la plaza pública de Tacuarembó, porque el fascismo le teme a la cultura más que a cualquier otra cosa en el universo…
Esos textos, impresos o cantados, versionados una y mil veces, representan nuestra credencial de identidad… nuestro patrimonio cultural… nos formamos en esa escuela… aprendimos a conocernos, a interpretar mejor la magia y el propósito de estar vivos, con esas canciones… son nuestra memoria colectiva… lo que nos permite seguir siendo, en un mundo cada vez más globalizado y uniforme…
El intérprete, percibe un cachet, un sueldo por su trabajo… pero de no ser por la existencia del Derecho de Autor, el creador de las canciones -si no es a la vez también su intérprete- no habrá de recibir beneficio alguno por su labor.
En un mundo donde la propiedad privada es sagrada e inviolable… en un mundo y un sistema en el que hasta se puede llegar a disparar un arma -amparado por la ley- sobre todo aquel que entendemos que viola los límites de lo que consideramos propio; hay quienes insisten todavía en poner en cuestión la legalidad y la existencia misma de la propiedad intelectual… quienes pretenden desconocer la creación individual o colectiva… quienes confunden, la mayoría de las veces «maliciosamente» el «Derecho de Autor» con un «Impuesto»… individuos que por desconocimiento o mezquino interés, ponen en tela de juicio la titularidad del autor sobre su obra… corporaciones que no quieren «pagar» el trabajo creativo…
Lo digo como autor y como interprete… como un trabajador que reivindica el derecho a vivir de lo que hace, como cualquier trabajador… lo digo combatiendo la lógica que entiende razonable que se pueda ser propietario de un apartamento o una estancia y no de una creación artística… lo digo entendiendo la defensa del Derecho de Autor como un Derecho Humano… lo digo como autor e intérprete… en representación de AGADU, la entidad de gestión colectiva que administra los derechos de los autores, de los que cantan y los que no… entidad que se rige por estatutos, elecciones y convenios internacionales- que defiende los legítimos derechos de todos los autores que crean, trabajan y aportan, en este país.
Fuente: AGADU